Interrogantes y exclamaciones

Si bien el habla parece una habilidad innata en nuestra especie, la escritura es un proceso artificial, un invento (genial) de la civilización que permite, de mejor o peor manera, dejar constancia de nuestras palabras que, de otro modo, se llevaría el viento tal y como afirma el refrán.

Desde un principio surgió el problema de llevar también a la superficie escrita la prosodia, la musicalidad del sonido oral, para permitir al lector-oyente reproducir lo más fielmente posible el tono de voz empleado por el escribiente-hablante. En la mayor parte de los casos esto ha sido imposible (o ha quedado en vanos intentos) y poca herramienta tenemos para expresar por escrito el susurro, la angustia o la sorna. Pero al menos la mayor parte de las escrituras han logrado solucionar dos tonos bien marcados: el interrogativo y la interjección (este último, sin embargo, no está tan extendido).

En las lenguas occidentales se emplean para estos casos dos signos ? y !, cuya procedencia no está demasiado clara.

La hipótesis más extendida por Internet es la que propusieron a principios de siglo Husband&Husband, según la cual ? sería un monograma de la voz latina quærio o quæstio (preguntar o pregunta) que fuera lo inicialmente escrito y que, andando los tiempos y en pro de ahorrar pergamino, se redujo a una Q sobre una o, y posteriormente la consonante se deformó hasta el trazo curvo mientras que la vocal se minimizó hasta un simple punto. La hipótesis correlativa para la admiración (!) sería desde el latín io, una exclamación del tipo ¡hurra!

Se non è vero è ben trovato, pero hasta el momento (tampoco he investigado mucho) no me constan documentos manuscritos donde se refleje esa evolución.

Más verosímil, para mí, es la que plantea la Dra. Dianne Tillotson, proponiendo que tales signos fueron “inventados” por los monjes del monasterio de Corbie, durante el imperio de Carlomagno, hacia el siglo IX, y debieron surgir al estilo de los símbolos musicales, intentando definir la peculiar prosodia interrogativa del crescendo o la explosiva interjección, la primera con un trazo curvo o quebrado y la segunda con una línea recta y marcada. El punto, sencillamente, ya existía ahí. En este caso, al menos, sí existen documentos originales que muestran estos garabatos (y que, sinceramente, poco recuerdan a algo como Qo).

Sea como fuere, que no es la paleografía mi debilidad, el caso es que cuando llega la imprenta a nuestro continente ya están bien arraigados los símbolos que casi universalmente, al menos para las lenguas que tiran de alfabeto latino, marcan estas oraciones (otros alfabetos han optado por otros grafismos, en griego, p.ej. se utiliza nuestro punto y coma para el mismo fin).

Cuestión más rocambolesca es la aparición del signo inverso (¿¡) al principio de la oración. El castellano y, por imitación, algunos idiomas peninsulares (gallego, leonés, catalán, …) son los únicos en el mundo que los utilizan. ¿Por qué?

Bueno. Hasta el siglo XVIII todo fue normal. Las ortografías castellanas de aquellos años remitían al uso únicamente del símbolo de final, tal y como hacían el común de las lenguas vecinas. Lope, Quevedo, Cadalso y Moratín jamás conocieron otra forma de señalizar sus interrogativos, al igual, claro, que los impresores y cajistas de aquellos siglos.

Mas, dispone el castellano de una libertad sintáctica y morfológica que permite que en las preguntas dictadas en frase larga no pueda distinguirse desde el principio el tono interrogativo de la oración?

Lo anterior era, ya lo ven, una pregunta; y la respuesta es que sí, que en ocasiones nuestra lengua carece de pistas sintácticas o presencia de partículas que posibiliten al lector adivinar desde el comienzo de la frase el sentido interrogativo o exclamativo de la misma. En vista de lo cual, en 1754, la recién creada Academia de la Lengua, se descuelga en su Ortografía con esta propuesta:
[…] hay periodos largos en los quales no basta la nota de interrogante que se pone á lo último, para que se lean con su perfecto sentido, faltando indicar, como es conveniente y preciso, donde empieza el tono interrogante que continúa hasta perficionarse con su propia cadencia al final del período.
[..] Por esto despues de un largo exámen ha parecido á la Academia se puede usar de la misma nota de interrogacion, poníéndola inversa ántes de la palabra en que tiene principio el tono interrogante, para evitar así la equivocacion que por falta de alguna nota se padece comunmente en la lectura de los períodos largos.
(nota: las tildes y otros elementos ortográficos están como en el original).

La idea, sinceramente, no es mala; una recomendación de uso opcional pero sencillo y suficientemente clarificador del texto. Por ello, aun con alguna reticencia, fue acogido en forma aceptablemente rápida.

Pero en este país de papistas pronto se superó al papa, y en 1820 la misma institución en la misma publicación reclamaba prudencia (y proponía, ya de paso, un curioso mecanismo):
Por lo cual considerando la Academia que desde el principio de la proposicion interrogatoria empieza esta mudanza, creyó que no era bastante indicar la interrogacion al fin, sino que convenia indicarla ya desde el principio: y para esto propuso, que pues al fin se acostumbraba poner el signo en esta forma (?), al principio se pusiese el mismo, pero inverso de este modo (¿) […] Desde luego adoptó el público este oportuno pensamiento, aunque en la práctica se ha introducido algun abuso; pues la Academia lo propuso solamente para los períodos largos, en los cuales es necesario; pero ya se pone en preguntas de una ó dos palabras en que no se necesita. Sobre todo en aquellos pasages en que hay muchas preguntas seguidas, que todas forman un solo período, solo debe ponerse antes de la primera el interrogante inverso poniendo en el fin da cada una el interrogante final, pero comenzándolas con letra minúscula, como se verá en este egemplo de Granada ¿Este es el cuerpo por quien yo pequé? deste eran los deleites por quien yo me perdí? por este muladar podrido perdí el reino del cielo? por este vil y sucio tronco perdí el fructo de la vida perdurable?

Comparen ustedes el tenor del anterior párrafo con este que sigue, tomado de la vigente ortografía de la RAE:
En nuestra lengua es obligatorio poner siempre el signo de apertura, que no deberá suprimirse a imitación de lo que ocurre en la ortografía de otras lenguas, en las que solo se usa el signo final porque tienen otras marcas gramaticales que suplen el primero.

Y en esas estamos: de inicial propuesta para ciertos usos a obligatorio e insuprimible. La verdad es que tampoco cuesta tanto, pero por un lado no creo que sea “imitar a otras lenguas” hacer lo que hacen todas las demás (e hizo la nuestra durante varios siglos), y por otro no es completamente cierto que el español carezca de marcas genuinas para indicar el tono de la oración, pues cuenta con los pronombres interrogativos, que para mayor cualificación deben ir tildados (a diferencia del uso relativo de los mismos vocablos); y por tanto, a un lector medianamente avezado no le sería difícil interpretar correctamente frases como
Dónde vas?
Qué quieres ahora?
Hasta cuándo deberé soportar esto?

Y reservar, en consecuencia, el símbolo de apertura para aquellas frases que, por su longitud o ambigüedad gramatical, puedan inducir a error al lector; utilidad ésta, pese a todo, bien manifiesta y que es lo único que justifica esta peculiaridad del español con respecto a estos extraños símbolos.

Fuente original: Libro de Notas

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